«Burul es un viejo enano dedicado a la artesanía enana. Ha consagrado su vida a crear miles de artilugios de los que sentirse orgulloso, desde joyas hasta piezas para las grandes maquinarias enanas. Fue uno de las mayores influencias dentro del gremio de artesanos y aun hoy en día sigue recibiendo visitas de enanos de todas partes para que les aconseje sobre sus trabajos. Pese a venir de una raza muy conservadora es considerado uno de los enanos más progresistas hasta la fecha. Y no es para menos ya que ha visto mucho en sus 537 años de vida.
Pero ahora todo eso quedó en el pasado. Después de una vida de duro trabajo trabajando en lo que fue su gran pasión se dio cuenta de que estaba vacío. De que todo ese camino que había recorrido había sido el mejor, que no podría haber escogido otro, pero después de una vida dedicada a ello ahora se encontraba cansado. Sus 537 años pasaban factura y, pese a pertenecer a una raza a la que los años no parecen afectarles, el cansancio y el abatimiento hacían una mella mayor que los achaques de la edad.
Y posiblemente habría sido el final de este gran enano si no hubiese recibido otra amarga noticia. Su abuelo, maestro ingeniero en la fortaleza de Karak-Kadrin, fallecía con 679 años de edad. La noticia le llegaba en un momento duro de su vida, pero aun así decidió viajar hasta Karak-Kadrin para honrar al que había sido su mentor y compañero después de que su padre falleciera en uno de los intentos de recuperar Karak ocho picos.
Después de la ceremonia se leyó el testamento, y para sorpresa del anciano Burul, su abuelo le había dejado su viejo taller.
Se encaminó hacia el taller de su abuelo y, mientras caminaba por aquella que fue la ciudadela de su niñez, fue recordando los momentos que había pasado junto a su abuelo en el taller hacia donde se encaminaba. Su abuelo le llevaba siempre que podía a ver los partidos de Blood Bowl que se celebraban en la ciudad o sus cercanías. Rememoró los momentos que pasaba gritando al equipo de matadores de Karak-Kadrin. Recordó como habían pasado las horas muertas construyendo de cero una apisonadora. Recordaba como habían causado varios incendios haciendo mezclas de combustible un tanto «inadecuadas», y de las risas atronadoras de los demás enanos en la taberna «Hacha Pétrea» mientras su abuelo contaba porque tenía una ceja en vez de dos y diez centímetros menos de barba. Y también recordó el día que había cerrado por ultima vez aquellas puertas. Cuando hablo con su abuelo diciéndole que se marchaba hacia Karak-Azul para explotar una mina recién descubierta y experimentar así la gran pasión que estaba desarrollando por la artesanía enana.
Las puertas continuaban como aquel día. Decoradas por miles de pequeños adornos, robustas y cerradas. Cuando las abrió encontró el taller como siempre había estado. Con la diferencia de una fina capa de polvo. Avanzo por las hileras de mesas y artilugios que su abuelo había ido amontonando a lo largo de los años. Vio notas antiguas y modelos extraños que nunca había visto. Y al fondo de todo, bajo una lona, se encontraba aquello que había esperado encontrar desde el momento en que le habían dicho que el taller era suyo.
Una nube de polvo creció a su alrededor mientras tiraba la lona abajo. Y allí, como 400 años atrás, se encontraba la apisonadora. Cogió el viejo casco que se encontraba colgado de un lateral y le soplo, desprendiendo así otra pequeña nube de polvo. Se encaramo a la zona de mando con una agilidad que creía perdida. Y, como lo había hecho antaño, giro la palanca y apretó aquel viejo botón amarillento. No sucedió nada. Ni un ruido. Bajo de la apisonadora y comprobó los viejos tanques de combustible. Después de tanto tiempo no era de extrañar que estuviesen vacíos. Los rellenó. Volvió a subirse y repitió el proceso.
Nada.
Bajó de la maquina, abatido. Y se encaminó hacia la salida del taller. Pero antes de salir volvió la mirada atrás una ultima vez. Y vio a un enano joven y a otro con la barba cana. En el fondo del taller. Trabajando con una sonrisa en la cara, disfrutando. Colocando un enorme armazón en unos soportes de piedra. Trayendo un enorme cilindro de metal. Colocando unos viejos tanques de combustible y añadiendo unas robustas chimeneas. Vio el viejo casco de bronce ornamentado con un par de cuernos que relucía bajo la luz de la antorcha que portaba.
Volvió a encaminarse hacia el fondo del taller, esta vez mas lentamente observando cada rincón. Se acercó a la vieja apisonadora y paso su vieja y nudosa mano por el cilindro metálico, sintiendo el frío acero bajo su piel. Golpeó los viejos tanques de combustible y recolocó las chimeneas. Se encaramó de nuevo en la plataforma de mando y acarició los viejos botones. Accionó de nuevo la palanca de combustible y volvió a accionar el botón amarillo. Dando paso esta vez a un ruido ensordecedor. La plataforma de mando empezó a vibrar con fuerza y de las chimeneas empezaba a salir un humo espeso. La apisonadora volvió a la vida y, tras dejar caer una lagrima que se perdió en la inmensidad de su espesa y frondosa barba cana, dijo:
«Es hora de brillar.»»
Un saludo y hasta pronto!!
Joder ! Buen parrafote
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se hace lo que se puede!
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